domingo, 1 de enero de 2006

Ya es año nuevo!

Que raro diciembre acaba de pasar. No fui a ninguna posada, a ninguna misa y ni siquiera a ningún evento social llamado “Las fogatas”, donde el espacio para socializar se transfiere de un café o bar a la calle, alrededor de una lumbrera y el famoso ponche acompañado de su piquete, alcohol.

Sin embargo no fue malo, solo que hice cosas diferentes como pasar el año nuevo lejos de mi familia. Tomé prestada por un rato la de mi mejor amigo y me fui con ellos a pasar la celebración a un pueblo llamado Jiquilpan Jalisco. Cerca de de San Andrés, lugar de nacimiento de uno de los escritores mexicanos más reconocidos, Juan Rulfo escritor del Llano en Llamas.

Leí su obra en la universidad, en las clases de literatura. Repasaba las hojas como mirando las letras, no entendía lo que trataba de evocar. Después en otra clase, Análisis del Discurso gracias a la magia de las palabras de mi reconocido profesor, pude comprender la belleza de su obra.

Muchos meses después vuelve a nacer la inquietud de releerlo porque en los últimos meses del año viejo el destino me llevó a conocer los lugares que alguna vez fueron su fuente de inspiración. No es lo mismo, lo sé y aunque mi memoria me traicioné (imposible recordar por punto y letra todos los pasajes de aquellos cuentos) la esencia inspiradora aún se huele y se reconoce por ahí.

Juan Rulfo cuenta de un pueblo solitario, casi fantasma y con ello pretende retratar la problemática de migración en aquellos tiempos de las comunidades. Jiquilpan no solo festejaba el comienzo de un nuevo año, sino una de las fiestas más tradicionales del pueblo, las de los hijos ausentes.

Parece un pueblo casi fantasma. Las calles no tiene pavimento, las de mayor tránsito gozan de empedrados. Hay muchos lotes vacíos, casas de abobe. Esta rodeado de montañas acompañadas de un cielo despejado y luminoso, porque el sol brilla muy fuerte; cegua y casi quema. Solo hay pequeñas tiendas de abarrotes, no encontré ninguna peletería. Y parece que no hay gente, que todo aquello está abandonado.

Como todos los pueblos de México en el centro del pueblo hay una Iglesia y una Plaza que son por ende los lugares de socialización. Al dar las seis de la tarde cada barrio, que son nueve, desfilan con una peregrinación con los hijos ausentes. Todos aquellos que viven en Ciudad Guzmán, Guadalajara, San Andrés, Estados Unidos etc. Una Banda de Música es la que va a la cabeza, seguida del nombre del barrio o de la ciudad de visita. Después una imagen religiosa de la virgen de Guadalupe. Siguen las personas marchando con una solemnidad que me espanta, creí que la gente ya no se tomaba tan enserio los rituales. Al final desfilaban carros alegóricos haciendo alusión a temas religiosos como a la comunión, el sacerdocio, etc.

En conclusión, el pueblo vibra por dos cosas: por su fervor religioso y por el regreso de quienes se van… los emigrantes. Quienes abandonan sus lugares de origen en busca de mejores oportunidades, quienes llenan metrópolis enteras y ayudan a mantener a su lugar de origen.

Después de esa marcha van a misa. Al salir, ya con la noche en los hombros, la gente se saluda, da vueltas en la plaza, se divierte con los viejos juegos mecánicos, toma bebidas alcohólicas, bailan al son de una banda, comen antojitos, queman castillos de carrillo y pólvora y comienza a rondar el pecado, bueno así se traduciría, la noche embriagante con sus encuentros y desencuentros.

Cosas curiosas, en medio de los golgorios había un gringo que participo en todas las ceremonias. Un chico rubio llamado Michael. Irónico demasiado irónico.

En viaje también visite San Andrés, una cabecera municipal y pasé por Sayula. Eso fue mi fin de semana, lejos de mi familia y de mi lugar de origen. La hija ausente no llegó. Pero esa experiencia me hace entender mas la obra de Juan Rulfo y me da bríos para volverla a leer, dice un profe cubano que las re lecturas son lo mejor, volver a repasar las líneas con otros elementos interpretativos que da como resultado una nueva obra.

Lo mejor de regreso fue de nuevo ver aquel paisaje Jalisciense. Hice lo posible por no dormir y completar el recorrido, para perderme en la esplendida postal de sus montañas, su cielo despejado y su árido suelo. Me perdí y me volvería a perder, entre la belleza de nuestro mundo y el latir de las tradiciones mexicanas.

Ahora regresó a la ciudad, con mares de automóviles pintando las carreteras. Ya tengo teléfono, Internet, señal de celular y escucho, como ciudadana global, tangos argentinos en su versión electrónica. Gotan Project.

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