domingo, 15 de enero de 2006

Las cosas que creemos

Después de una tarde inusual de un domingo por la tarde, para ser más concisa me fui con un grupo de compañeros ex universitarios al Parque; a un día de campo, con niños gritando, gente volando papalotes, familia enteras en bicicletas, me recordó mucho a mi niñez y las visitas a los parques con mis padres.

Para terminar el principio del párrafo anterior, termine con dos amigos (que puedo presumir que mis artimañas de cupido me funcionó con ellos para que fueran la pareja ideal) en misa.

La atea citadina prefirió respetar sus costumbres y acompañarlos, total no por algo estuve en escuela de mojas casi la cuarta parte de mi vida. Vaya sorpresa me llevé cuando la primera lectura hablaba que el cuerpo no es para fornicar, sino para servir al verbo de Dios (no me sé la cita pero esta en la carta de San Juan a los Corintios). En ese momento recordé porque no me gustaba ir a misa a pesar que no hago mucho caso a los consejos de las voces tipo “pepe el grillo” que deambulan por ahí.

Y me pregunte, ¿en qué creo y por que creo? Días anteriores ya había tenido un pretexto para esa discusión, cuando en una columna de un diario local me encontré con esa frase que dice que no es lo mismo creer que ser crédulo.

Sin embargo mas allá de lo que crea o deje de creer, pienso que mis credos van más allá, es una cuestión de praxis. Porque no me preocupa si es verdad o es mentira, si los demás están de acuerdo o no. Creo en lo que necesito creer.

Las mentiras están condenadas, son una falta moral y religiosa. El engaño es la peor burla que le puedes hacer a tus semejantes. Y vivimos esquizofrénicos tratando de encontrar donde esta el gato con tres patas en todo. Cuestionamos, analizamos. Somos humanos racionales, donde el hecho objetivo es la última causa.

Pero nos mentimos a nosotros mismos y a los demás a diario, en una situación de sobre vivencia. Porque a veces se debe de tener Fe para no perecer en está vida. Y soy sincera, creo en lo que me funciona, quizás en lo efímero. Pero si puedo sonreír y tener fuerzas para seguir al siguiente día, yo seguiré creyendo.

Y no es que sea crédula, a veces lo hago por conveniencia. Vaya síntoma tan raro de la posmodernidad, nunca pensé que me alcanzaría.

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