Aprender la lección significa no volver a tropezar con la misma piedra. Eso lo entiende cualquiera menos yo, o mas bien yo si lo entiendo, es mi orgullo famélico el que no se deja vencer. Siempre me faltaron respuestas y me sobraron preguntas, y ese es argumento de sobra para volver a frecuentar a un tipo verdaderamente nefasto, egocéntrico, mentiroso y falso.
¡Carajo! ¿Qué será eso que me llama de nuevo a querer apostarle a la nada, si ya estoy segura que no es amor, ni siquiera necesidad? Me da vergüenza reconocer que es una tremenda vanidad. ¿Por qué me cuesta tanto trabajo renunciar a las causas perdidas? ¿Por qué me empeño en encontrar el reconocimiento en una persona que primero nunca estuvo dispuesta a dármelo y segundo, no tiene moral ni sentimientos para asegurar que sus apreciaciones son válidas?
Es como si me llamara el mismo diablo a seguir con los juegos macabros, así de intenso es el deseo de tirar a la borda estos dos años en que según yo aprendí y reconocí que lejos de “Mefistófeles” siempre voy a estar mejor.
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