martes, 4 de enero de 2011

Here comes the sun...turu ru rù...

A veces me preocupa que pasan los años y yo no termino de finiquitar ciclos. Soy de las que escribe para recordar, y volver atrás es muy fácil hojeando los escritos del pasado. Y aunque haya pasado mucho tiempo, que los cambios se han dado lentamente, estoy satisfecha porque los hay, no definitivos pero perceptibles. Y ahora considero raro que no haya escrito algo sobre ello. Quizás porque tenía miedo a que no fueran reales, o porque ya no tengo la necesidad.

Pero hoy quiero que exista una evidencia, un punto de comparación con todas las cosas que he guardado en esta caja de textos. Como un recordatorio que aunque se dé de manera lenta y dolorosa, el caos termina por superarse. Y aunque siempre estuve consciente, ahora reconozco que no fue una situación nada fácil y ya no me duele lo que sucedió, me duele lo que viví. Justo o no, de la manera más inteligente o de la manera más tonta posible, al fin cruce el rio de lama.

Y confieso que estoy ansiosa de que llegue el día en que pueda decir que todo, absolutamente todo lo deje atrás. Reconozco el valor que tengo, el esfuerzo que hice, las buenas decisiones que tomé, mi calidad moral y porque a pesar de todo, siempre traté de buscar que las malas situaciones trascendieran en aprendizajes. Ya estoy cansada de hablar mal de mí, de exponer mis debilidades, de hablar de mis dolores. Y aunque parezca soberbia quiero hacer saltar todo lo bueno, porque lo tengo y lo demostré.

Esas reacciones que tuve, ese caos que provoqué, todas mis lágrimas, todo mi desamor me transformaron. Y para nadie puede ser más importante que para mí, y a estas alturas del partido que me lo aplaudan ya no me interesa.

Estoy tranquila porque di todo lo que tenía, porque supe reconocer mis errores y pedir perdón. Porque al final, todo lo que sentí, todo lo que viví se queda conmigo. Y eso me hace más clara y consciente. Y después de mis ratos amargos creo que ya me toca una segunda oportunidad.

Por eso del 2011 lo declaré “mi año”, porque ahora en mi nivel de prioridades quiero estar primero yo. Uno no debe de hacer cosas buenas para sentir que se merece lo mejor, la humildad no se debe de perder, lo sé. Pero yo creo que ya he dado tanto, que he arriesgado demasiado mi estabilidad emocional por otros, que sencillamente estoy harta.

Ya no soy una muñequita para exhibir en un aparador de egos. No soy una mujer débil, tampoco soy manipulable. No soy una mujer sin carácter, no soy una mujer tonta. No soy una mujer que diga “pendejadas” o haga “estupideces”. No soy una mujer dependiente. No soy una mujer pasiva. No soy una mujer sin iniciativa.

Y quizás me permití etiquetarme bajo esos principios, no lo voy a negar. Pero ahora mi situación es diferente. No tengo la vida resuelta, mi lista de pendientes crece y crece; pero haber atravesado toda esa mierda y seguir respirando, es lo que me da valor.

Me gusta decir que tengo 27, no por una cuestión de edad, sino por todo lo que encierran esos años. Porque ahora, por suerte o por destino, sé que es la edad de los finiquitos y de empezar cosechar lo que con mucho empeño busqué desde un par de años atrás. Y también, la oportunidad perfecta de volver a sembrar más y más cambios.

Y aún con las cosas que tengo que enfrentar, puedo decir que hace pero hace mucho tiempo que no sentía un momento de paz. Minutos de satisfacción, de volver a creer en lo que soy y en lo que doy.

Por lo que ahora en adelante la premisa es: por debajo de alguien, jamás. Porque todo lo que aprendí y llegar al punto que estoy, me costó trabajo.

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