martes, 12 de enero de 2010

Mis libros y yo. La experiencia de arder en palabras de otros.

Mis libros y yo. La experiencia de arder en palabras de otros.

Tenía doce años cuando leí mi primer libro, era la historia de “Mujercitas” de Louisa May Alcott. Fue una buena elección porque logró atrapar a la adolescente que era en ese entonces al hábito de la lectura. Aunque más que por interés propio la inquietud nació por imitación. Desde que recuerdo mis padres siempre han sido frecuentes lectores y gracias a ello tuve un acceso fácil a los libros, todavía los sigo tomando de su estudio.

Leer me fue inculcado como un deber y una virtud, pero no me rebele contra ello a pesar de estar en una edad donde hay una tendencia casi automática a desafiar lo establecido. Al contrario, los libros eran como un escape donde podía encontrar redactadas mis inquietudes. Hasta ahora caigo en la cuenta que pocas veces tuve libros para mi edad como de aventuras, ciencia ficción y de magia que podían encantar a cualquier noñito de mi edad. Mis lecturas siempre fueron de adultos sin contar el de Mujercitas y Juventud en Éxtasis de Carlos Cuauhtémoc Sánchez que ese tiempo estaba muy de moda.

Por mis ojos pasaron libros de Herman Hesse, Carlos Fuentes, Francisco Martín Moreno, Mika Waltari, Rosario Castellanos, Edmundo Valadés, León Uris, Albert Camus, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende, Rómulo Gallegos, Taylor Cadwell, y autores mexicanos como Mariano Azuela. Las clases de literatura de la preparatoria y universidad me obligaron a leer y conocer personajes como Gabriel García Márquez, José Saramago, Julio Cortazar, José Emilio Pacheco, Elena Garro, Octavio Paz, Mario Benedetti, Jean Paul Sartre, Guillermo Cabrera Infante, Humberto Eco y una larga lista más. Mis escritor favorito de ese tiempo era Jorge Volpi por en Busca de Klingsor. El programa académico siempre se vio favorecido hacia los autores latioamericanos y mexicanos.

Fue hasta que salí de la universidad que conocí otro género y otros autores clásicos y modernos. El taller de ensayo literario me mostró la manera de conjugar las ideas con el buen escribir y leí por primera vez en mi vida obras de Oscar Wilde, Henry Thoreau, Chesterton, Goethe, Dante Alighieri, Milan Kundera, Oliver Sacks, Alfonso Reyes y muchos más. Mi memoria no es muy buena guardando nombres, y ya no escribo en una lista los libros que voy leyendo.

Esta añoranza, porque esto es, apareció porque después de algún periodo de inactivad literaria otra vez me he volcado a los libros y he sentido una tremenda necesidad de no despejar mis ojos de ellos. Durante el último mes he terminado tres obras de un volumen considerable convirtiéndome en una devora libros. Ya había notado que leía un poco más rápido que los demás pero se me había olvidado que tenía esta habilidad.

Sin programas académicos ahora me siento en la libertad de elegir mis propias lecturas, aunque no lo hago libremente, casi no los compro, los pido prestados y los hurto del estudio de mis papás. Sin embargo, he notado que las últimas historias tienen efectos cada vez más profundos en mi espíritu, no sé si sea por la cualidad del propio libro, sino porque estoy dispuesta a dejarme influenciar.

Mis últimas lecturas han incluido a Simone de Beavour “La Mujer Rota”, el cual agitó las aguas que llevaba dentro hasta provocarme un colapso emocional. Con “Demian” de Herman Hesse logré aceptar y reconciliarme con mi lado malvado, asumiéndolo como parte de mí. Me perdoné algunas faltas. Dostoievski “El jugador” conocí la naturaleza de los rusos y me habló de cómo las pasiones y ambiciones destruyen a cualquier carácter tibió. Murakami me hizo disfrutar de un libro como no lo hacía en años, y uno de sus personajes me ayudó a identificar mis emociones actuales al grado que terminé imitando a su personaje con su corte de cabello. Agradezco a Jostein Gaarder que haya podido resumirme y explicarme la filosofía con peras y manzanas con el “Mundo de Sofía”, y con ello liberé a la inquisidora que llevó dentro que no solo me obliga a contestarme preguntas, sino me ayudó a formar mi propia idea de Dios. Hoy terminé con “La Columna de Hierro” de Taylor Cadwell, fue un placer conocer a Marco Antonio Tulio Cicerón y descubrir que la sociedad de ahora se parece a la romana de aquellos tiempos. Me quedó claro que hay pocos hombres virtuosos y que el hombre es corrupto desde que nace. Sentí una profunda identificación con Marco Tulio cuando tenía que enfrentarse a sí mismo, y refrendó mi admiración por la autora que me enseñó nuevas palabras y me mantuvo al filo de las páginas.

Con todos estos recuerdos y evocaciones creo que los libros me sirven para invertir las horas muertas, hacer expediciones al interior de mi razón y sentimientos. Para provocar a mi espíritu, para encontrar respuestas. Paralelamente para la ortografía y la erudición, pero son cosas que para mí pasan a segundo grado. Esta es la regla, libro que no encienda mi persona, libro que no permitiré que pasé por mis ojos. Me gusta arder en palabras de otros.

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