sábado, 17 de febrero de 2007

En el principio fue el amor.

“Feliz día del amor y de la amistad”, es la frase con la que ineluctablemente nos topamos el catorce de febrero, junto con ella somos testigos de un espectáculo que solo ocurre una vez al año, el paisaje se satura de corazones: Uno, dos, tres, doscientos. Formas de corazón en globos, tarjetas, paletas, pasteles, peluches, y gráficos; se imprimen en todo aquel objeto que nos resulte dulce, rojo y cursi, que se parezca al amor.

Dicen que el amor tiene su morada en el corazón, órgano rojo situado al lado izquierdo del pecho y que ahí se guardan todos los sentimientos ¡Por eso tantos corazones en el día de San Valentín! Es el símbolo por excelencia. Sin embargo me atrevo a decir que hemos vivido en un tremendo error, en el órgano cardiaco no hay mas que arterias cumpliendo con su función, el amor se encuentra en el cerebro.

El amor es la primera herramienta para sobrevivir, es lo que explica Eduardo Punset[1] sobre la creación del mundo. Hace 3 mil quinientos billones de años en la tierra sobre condiciones inhóspitas, la primera bacteria comienza a mandar señales para saber si hay alguien más a su alrededor, porque estaba asustada y necesitaba del amor, necesitaba de alguien más para poder subdividirse en dos, en cuatro, ocho y sucesivamente. Por lo que el amor para el autor de “El alma está en el cerebro”, no es un acto de entrega ni de generosidad, sino un principio de vida.

En efecto, es una idea desnuda de pretensiones sentimentales, sin embargo es lo más genuino que he escuchado acerca del amor. Un tanto difícil de entender debido a la tradición mediática de la forma de administrar el sentimiento supremo en las películas de la época del cine de oro, la formula sobada de las novelas mexicanas (con su respectiva triada divina: Maria Mercedes, Marimar y Maria la del barrio) y de las canciones arracadas melancólicamente del piano de Agustín Lara o la voz arrabal de José Alfredo Jiménez. Que son luego de las relaciones sociales primarias (familia y seres queridos) la segunda escuela sentimental.

Tímidamente me atrevo solo a dibujar que parte de los preceptos de esta forma de amar devienen de la tradición católica-cristiana de la renuncia del yo, es decir, el amor sumiso, el amor del sacrificio. Por lo que no dudo que la cursilería sea la miel más empalagosa para resanar lo costoso que nos sale amar. Es por eso que hago una apuesta muy fuerte por el amor como forma de principio de vida y no como sentido de vida.

En el amor como instinto se encuentra la solidaridad, la igualdad, la individualidad, la reciprocidad; es decir, compartir e incluir en nosotros al otro, para perpetuar el milagro del ejercicio cotidiano que es vivir. Y como la naturaleza es sencilla y astuta, la perpetuidad solo es posible en ambientes armónicos y equilibrados. Es decir, en el derecho que tenemos todos a amar y a ser amados.

Sé que un globo con forma de cerebro es menos estético que uno con forma de corazón, en eso estoy de acuerdo. Pero creo que es preferible amar con la cabeza de una manera sencilla pero tremendamente profunda. Sin tantos adornos, lentejuela, zurcidos y listones.



[1] Eduardo Punset es abogado, economista y divulgador científico español. Autor del libro “El alma está en el cerebro” se puede consultar en: http://www.eduardpunset.es/libros_detalle.php?idlibro=10

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