miércoles, 17 de enero de 2007

La espera.

La frase de la que se supone que debería de partir este ensayo es “la exhortación a una espera ineluctable”. Y me puse a buscar y a esperar a las ideas me iluminaran. Era ya mi trabajo desenredar la serie de imágenes que se me venían a la cabeza cuando repare en un cierto tipo de espera.

Concibo a la espera como la distancia entre una idea que se fragua en la imaginación dándose a desear y un hecho, que es el acto final que satisface a ese deseo. Por lo que los principios siempre son predecibles y los finales imaginados, la aventura se encuentra justamente en el modo de esperar.

Esperar no es un acto sencillo, requiere de altas dosis de paciencia y de voluntad. El tiempo es una cruel condición que suele burlarse destajadamente del ser humano. Es sencillo percibirlo, cuando nos gana la ansiedad parece que corre lento, cuando queremos aprehender un momento, de prisa se nos escapa.

Al tiempo durante la espera hay que saber encontrarle el ritmo, la ansiedad suele desembocarnos en dos situaciones: el volvernos loco por habernos consumido por la incertidumbre u olvidar la meta propuesta porque se nos agotaron las ganas de seguir esperando. Y justamente ahí fallece la oportunidad de alcanzar una pretensión.

Creo también que el tamaño de la espera es proporcional al valor de hecho deseado, como en las novelas épicas, entre más grande la hazaña más grande la recompensa.
Y no medida en cantidad de tiempo, aunque eso influye, sino más bien en la fuerza del deseo.

A consecuencia de lo anterior, existen esperas que pesan sobre otras y vuelvo a hacer énfasis en este punto, es en la espera donde uno se encuentra con la aventura que nos conlleva al conocimiento de nuestro espíritu.

Y se espera con la paciencia de un campesino que ve crecer su cultivo, con las ansias indomables de dos amantes que se encuentran lejos, con la Fe de un soldado de seguir vivo al final de la guerra, con la ilusión de una mujer que será madre, con la resignación de un desahuciado.

La espera no concibe más que la esperanza del hombre, que es el pensamiento apaciguador de que al final se puede estar mejor.

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