miércoles, 6 de septiembre de 2006

La promesa

Se abre la boca, el aire que viene de regreso impulsa a las cuerdas vocales para traducir el mandato que viene del cerebro, lo pensado. Sale ligera, como un soplo de viento, se suspende en la atmósfera y espera pacientemente la reacción… la promesa ya se hizo verbo.

La promesa es un lucro, comprometemos en futuro por recibir algo a cambio e inmediatamente. Los políticos prometen para conseguir un voto, los alcohólicos prometen para encontrar el perdón, los fumadores prometen para no sentir el juicio, los productos milagrosos prometen para ser comprados y los amantes también prometen:

“Yo sé bien que hay palabras huecas en la mar y que nadie las oyó con atención, y esas palabras oh mi amor suenan al corazón y así te quiero hablar, con notas de canto nupcial si en Aranjuez me es esperas”

Las palabras huecas a las que alude este párrafo no son más que las promesas suspendidas que se hacen los amantes que se olvidan después de haber satisfecho su interés, por eso nadie las oyó; pero hay un amante que las retoma en nombre de su pasión para pedirle a su amada que no olvide y anuncia su promesa, casarse con ella. ¿Acaso no apostó por el futuro matrimonio para no conseguir el olvido?

¡Qué soberbio es el hombre o la mujer que promete! Porque cree que puede comprometer el mañana, pero lo hace ingenuamente, la humanidad por instinto ha dedicado su existencia a querer someter al tiempo y la naturaleza, pero la distancia nos alcanza, también la vejez y los huracanes, terremotos, tsunamis, erosiones etc, nos exterminan sin poder luchar contra ellos.

Por eso la promesa que se cumple tiene un valor muy alto, por haberle ganado al destino pero también, por no haber olvidado las emociones que nos llevaron a prometer. En una catarsis es muy fácil evadir y obtener prometiendo, pero después el acto, también es fácil olvidar porque uno ya no se siente igual.

La promesa también anuncia una espera y empeñamos otro valor, el compromiso. ¿Cuál es el costo de la promesa? Una promesa no cumplida que no se ha fijado en el olvido, nos ata un risco donde un águila nos come el hígado y cuando termina, el hígado se vuelve integrar, sometiéndonos a un dolor eterno.

La promesa que damos o la que recibimos realmente es seductora y podemos hipnotizarnos con ella ¿pero valdrá la pena creerla y esperarla? Porque a veces parecen solo eso, ligeros soplos de viento que emiten los que se sienten semidioses que se hacen mortales de nuevo, cuando cumplen su promesa.

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