Asesinato a la mujer del ayer.

Voy a matarla sin suicidarme. Estoy harta de esa sombra que me persigue, detiene mis pasos, se me cuelga de la espalda y sonríe cínicamente cuando se refleja al espejo.

No soporto a esa mujer a la que los miedos le han dejado una piel llena de volcanes que no paran de sangrar y derrama lágrimas queriendo apagar los fuegos que le provocan un dolor incontenible.

No la quiero más, sus dudas me hacen vomitar cuestionamientos interminables. Dentro de su vientre da vida a sus sueños para luego abortarlos con rabia antes de dejarlos ver la luz.

Cuando su conciencia le habla, los remordimientos le taladran estridentemente hasta reventarle los oídos. El desamor le provoca crisis nerviosas que calma clavándose cuchillos filosos en el corazón, hasta atravesarlo por completo.

La odio. Corre como una chiquilla cada vez que se topa con un juicio. No camina, vuela sobre una alfombra hecha de decisiones postergadas y promesas suspendidas. Pide compasión con adioses no fraguados, no sabe de despedidas.

¡Anda brinda conmigo mujer del pasado! Déjate morir, bebe esté veneno espumoso que destila mi asco por ti. Déjame acariciarte por última vez, con el golpe enfurecido de mis puños.

¡Desaparece ya… LARGATE! No quiero saber más de mí pasado ¡entierrate viva! Escupo sobre lo que ame, desdigo lo que pronuncié, me olvido de lo que prometí, me arranco los recuerdos, regalo lo que conseguí.

Mujer del ayer no me sigas más, déjame desnuda pisando la tierra fresca, respirando una fría soledad llena de paz embriagadora. Estoy cansada de ti ¿Qué no puedes entender que yo también tengo derecho a empezar de nuevo?