miércoles, 9 de agosto de 2006

Los horrores del paraíso.

Cada vez que escuchó la palabra paraíso no puedo dejar de pensar en la ilustración de las revistas que los Testigos de Jehová te regalan a cambio de que cumplan una de sus más fieles promesas religiosas, la de instruir en la palabra de Dios, ese es mi premio por decir a todo que si y no cuestionar nada. El paraíso que ellos pintan es igual al que me relataban las monjas en la clase de Educación en la Fe, un paisaje de ensueño, pintado de color verde por la extensa vegetación, animales de todas las especies conviviendo en armonía con los hombres de todas las razas, caudales de ostentosos de agua, de felicidad y de paz. Esa es la idea del lugar ideal que te ofrecen si fuiste un mortal obediente con los preceptos de Dios.

Otro tipo de paraíso es que relata Aldous Huxley, escritor de un clásico “Un mundo feliz” y en efecto aquello era un paraíso. Del libro solo tomare la descripción del lugar, donde convive una humanidad desenfadada, saludable y tecnológicamente muy avanzada. Me imagino aquel lugar como un resort cinco estrellas cerca de la playa; limpio, cordial, donde otros hacen el trabajo pesado por ti y organizan tu día mientras te dedicas a comer, tomar el sol, leer, beber alcohol, bailar, dormir… vaya un paraíso terrenal.

En efecto los dos lugares citados no son más que literatura, también la Biblia es un libro que a través de parábolas y relatos trasmiten la palabra de Dios y además fue escrita por hombres. La palabra clave de los dos lugares es felicidad. No tengo la menor idea de donde surgió esta imagen del paraíso pero creo que la mayoría la comparte, quizás porque ese lugar ideal contiene algo a lo que todos anhelan. Sin embargo ¿a cambio de qué? La palabra antónima se llama libertad, ese es el horror de los dos paraísos literarios.

En el paraíso divino se gana a base de meritos, que implican primero tener Fe y no cuestionar en las reglas morales preescritas, seguir y sentir una serie de rituales de alabanza a Dios; al menos en la católica se deben de cumplir los 10 mandamientos y cumplir con siete sacramentos donde se comprometen con la ideología cristiana y en cierta parte se pierde la libertad. Con Huxley, a los habitantes del mundo feliz los hicieron renunciar a la familia, la diversidad cultural, el arte, la literatura, la religión y la filosofía. Y son vigilados bajo un gobierno “pacifico” que los predetermina y manipula; es decir, también les roba su libertad.

Ante ese panorama la felicidad suena a homogeneidad y me lleva a preguntarme por la belleza del infierno. Quizás ahí encuentre a Sartre caminando sobre un mar de lava, repitiendo con una voz lacerante que la humanidad esta condenada a ser libre, a decidir y hacerse responsable de sus actos. Al mismo tiempo que danzan a su alrededor las almas en un eterno sufrimiento que consuelan a su conciencia recordando la dosis pequeña de felicidad que experimentaron en la tierra cuando se negaron acceder a algo con lo que nunca estuvieron de acuerdo.

Sin embargo nada me causa más horror que los paraísos terrenales y uno se construye uno a pasos agigantados en Dubai, es uno de los siete estados que integran a los Emiratos Árabes Unidos. En el año 2010 contará la torre más alta del mundo, un hotel submarino, un parque temático donde los dinosaurios parecen reales, el centro comercial más grande del mundo con las marcas más exquisitas, oasis artificiales y playas exclusivas.

Este paraíso occidental en oriente, es horrorizado por Mike Davis[1] cuando nos relata la otra realidad del lugar que se compone con su alta tolerancia al alcohol, las drogas, la prostitución, con trabajadores explotados, contratos desiguales, pobreza, secuestro, esclavitud, violencia. Si en los dos paraísos anteriores era una “fuerza divina” o “un gobierno pacifico” ahora quien intermedia el acceso a esa “felicidad neoliberalizada” es el dinero y el capital privado de unos cuantos inspirado por una ideología que prometió la igualdad y sin embargo la acota entre los privilegiados y la mayoría, los sometidos.

Los paraísos son un espejismo que disfraza el horror con la más sutil de la belleza, aquella que se compone con el anhelo más deseado por el ser humano, la felicidad no importa como esta sea concebida, pero cuando apuesta por ella pierde su libertad y la capacidad de hacer justicia. Ante estos horrores prefiero seguir creyendo que después de la muerte simplemente, no hay nada.

[1] Hago referencia a Paraíso Siniestro ¿El camino al futuro termina el Dubai? Por Mike Davis

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