miércoles, 10 de marzo de 2010

Rara historia de amor sin título


Parte 1.


Ella entra rápidamente en la habitación, cuidando su respiración y de puntillas. La pieza está a oscuras por lo que tiene miedo de tropezar con algún mueble y causar un escándalo, no le conviene ser descubierta. Se talla los ojos, trata de acostumbrarlos a la oscuridad. Alcanza a reconocer una ventana al fondo por donde se cuela la densa luz anaranjada de la ciudad, se vuelve a tallar los ojos y se guía por la luz mortecina de una lámpara sobre un escritorio lleno de libros y piletas de papel.

Quiere toser. La habitación concentra un olor amargo, aún pulula el humo de un cigarro que se consume en un cenicero con infinidad de colillas. ¿Cuántas abra ahí? Ariadna hace un cálculo rápido apresurada por los nervios y cuenta unos cincuenta. Reacciona inmediatamente cuando escucha la voz de su vecino en la habitación de junto. Parece que habla por teléfono, eso le da tiempo para esconderse o salir del apartamento.

Camina hacia el centro de la habitación. Hasta le duele el corazón de lo rápido que late. Bomp, bump, bomp, bump. Si no fuera por la música a bajo volumen que sale de un radio viejo situado en alguna parte de la habitación estaría segura que sus latidos se podrían escuchar hasta la esquina de la calle. Agudiza el oído, su vecino sigue con la llamada telefónica lo que aún le da tiempo y trata de reconocer la música. Batería, saxofón, piano: es jazz.

Camina hacia el escritorio, al acercarse reconoce una luz blanca, es una computadora. Avanza más rápido y mueve ligeramente el ratón. Hay varias páginas abiertas, lee los títulos rápidamente: periódico en línea, revista cultural y de filosofía. Sesiones abiertas en google, gmail, y facebook. ¡Bingo!, piensa Ariadna, el facebook en línea. Da click sobre la página y busca su nombre: Alfonso Durante, 15 de diciembre de 1979, soltero y 240 amigos. Ariadna hace cuentas rápidamente, trata de calcular sin mucho éxito la edad, nunca ha sido buena para las cuentas y menos cuando está nerviosa. Le salta el corazón cuando emerge un aviso de color amarillo en la barra del monitor y suena el aviso de conversación del Messenger –Sara dice…- ¿Quién demonios es Sara?, piensa. Está a punto de abrir la conversación cuando mide velozmente en las consecuencias. Si abre la ventana la alerta amarilla dejara de parpadear y él se dará cuenta de que hay un intruso en su departamento.

Alfonso se acerca a la habitación, la conversación telefónica comienza ser más clara para ella. Mira alrededor desesperada buscando un lugar donde esconderse, no hay tiempo, él llegó a la habitación. El único lugar para esconderse es debajo del escritorio. Ariadna se tapa la nariz y la boca con las manos, para no evidenciarse con su respiración. Sus pies están cerca de ella, trata de moverse lentamente para estar lejos de ellos por si al tipo le da por estirarlos. No soportaría la vergüenza de ser descubierta ¿qué podría decir? Ni siquiera tenía un motivo justificable para presentar ante él. Estaba ahí por lo que ella llamaba “La maldición” que cargaba consigo desde que era una niña.

¿Qué le iba a decir a Alfonso? –Disculpa vecino la intrusión, no sé cómo explicarte sin que suene descabellado la razón por la que estoy debajo de tu escritorio escondida. Tendríamos que charlar por un rato ¿tienes unos minutos? No te asustes no es nada del otro mundo, lo que pasa es que tengo una maldición. Si como lo oyes, una maldición, pero no es contagiosa. Fíjate que cuando era niña vivía en una ciudad muy rara, en un edificio donde vivía gente muy rara. Y mi mamá y yo nunca salíamos de ese cuchitril tan feo y mi único contacto con el mundo exterior era ir y venir por el pasillo en mi triciclo. No sé si es por la naturaleza femenina o porque me viene de personalidad, pero desde niña he sido muy curiosa. Al final de mi lúgubre piso había un departamento que era el más extraño de todos. La señora de ese edificio colgaba todo tipo de figurillas raras, sus cortinas eran negras y el departamento despedía un olor a rancio. Yo siempre pensé que era una bruja. Cuando pasaba al lado mío me enseñaba los dientes y me gruñía. Quizás me odiaba porque yo era una niña bonita y siempre andaba limpiecita, bueno eso creía yo. Cada vez que me acercaba a su casa me espantaba con gritos y ademanes, la primera vez me hizo llorar, para las otras veces me acostumbre. Aún siendo niña decidí que esa vieja bruja no me iba a ganar y mi curiosidad ansiosa siempre me empujaba hacia su departamento. Total, no tenía nada más que hacer. Un día sin más la puerta esta entreabierta y vi bajar a la vieja bruja. Salí al pasillo y pedaleé lo más rápido posible y montada en mi triciclo cruce la puerta. No te voy a contar lo que vi, eso lo dejare para después, pero la vieja bruja me descubrió. Me gritó y en automático tomó unas máscaras horrendas con las que empezó con las que empezó a hacer toda clase de movimientos sin dejar de lanzarme injurias. Yo salí aterrada de ese lugar. No volví a salir al pasillo en un mes. Creo que mis padres me vieron tan triste que creyeron que estaba enferma y nos devolvimos a México. Después de salir de mi shock emocional, la curiosidad usual que tenía aumento el doble, y más con los extraños conocidos. Te preguntaras qué es un extraño conocido, ah pues, es una persona que me presta la mínima atención y no nota mi existencia a pesar de frecuentarme casi a diario. ¡Exacto vecino, cómo tú! Llevamos un año de vecinos y jamás me miras ni me saludas. Hace meses te detuve la puerta del edificio para que pudieras pasar y me dejaste con el de nada en la boca. Por más que trato de acercarme o hablarte siempre parece que vas como ido, y el día de hoy no pude más. Creo que estoy enamorada de ti en secreto, pero una no se puede enamorar así nomás así de una persona que ni siquiera conoce. Y me siento mal porque tengo novio, pero no lo quiero más de lo que te quiero a ti, por eso decidí venir a tu departamento a encararte y darme cuenta de una vez por todas que quizás no eres lo que imagino. Porque ya sabes cómo somos las mujeres, desde chiquitas imitamos a nuestras mamás y tías a tener amores platónicos solo porque cantan bonito o salen en las novelas. Y por eso estoy aquí. Por la curiosidad que siento por ti, y porque creo que te amo. Disculpa la intromisión, ya me voy, por favor no llames a la policía. Por cierto me llamo Ariadna y vivo en el 12, en el piso de abajo.-


Mientras Ariadna maquilaba toda la explicación en su cerebro un gato café y peludo se acerco a Alfonso. Se trepó a las piernas de Alfonso y este comenzó a acariciarlo. El gato pronto se movió y busco los pies de su dueño. Ariadna casi suelta un grito cuando vio al gato mirándola de frente. –Lo bueno es que no es un perro, pensó.- Pero tuvo miedo de que el gato enfurecido se le echara encima.

Alfonso seguía tecleando. Seguía el compás de la música con el pie izquierdo y de vez en cuando silbaba, soltaba aire, o se reía en silencio. El gato se quedó varios minutos observando a Ariadna y ella no le quitaba la mirada de encima. Lo miraba fijamente con el anhelo de poder tener una comunicación telepática, apretando el ceño le mandaba mensajes diciéndole –Lindo gatito por favor no vayas a hacer ruido. Si me ayudas con esto te consigo un costal lleno de ratones, pero bueno, si eres fino te prometo cajas de whiskas, pero por favor controla tus impulsos salvajes-

La plática poco usual de Ariadna con el gato de su vecino se vio interrumpida cuando la voz de Morrissey irrumpió cantando desde el celular de Alfonso “Take me out tonight, where there´s music, there´s people, and there´s young and alive…”. Alfonso, Ariadna y el gato saltaron al unísono del susto. Él corrió rápidamente a alcanzar el teléfono, ella volvió a taparse la boca para controlar sus nervios y el gato comenzó a maullarle y acercarse a Ariadna.

Alfonso salió corriendo del departamento. Ariadna decidió volver a entablar comunicación telepática con el gato para salvaguardarse algunos minutos más y estar segura que su vecino no volvería. Pasaron cinco minutos y salió. Era la oportunidad para irse a su departamento y lamentarse por la mala experiencia. Corrió hacia la puerta, hacia su libertad. El cerrojo estaba echado y no tenía llaves para salir. No importaba cuanto repitiera –no es cierto-, la situación estaba ante ella, el remordimiento la perseguía y la angustia le daba por burlarse de ella. Busco las llaves por todo el departamento, encontró algunas pero jamás pudo abrir ese cerrojo.

Rendida regresó al estudio y decidió pasar la noche bajo el escritorio. Ya vendrá el día y con ello la consecuencias. Esta noche Ariadna no dormirá en su casa, y por primera vez faltará a una cita con su novio, desaparecerá por una noche, pero en el fondo dormirá tranquila, al menos está en el departamento de Alfonso. Mañana será otro día.

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