lunes, 18 de agosto de 2008

¿Qué le pedirías a Dios?

Alguna vez me hicieron esta pregunta, vacilé en un millón de respuestas. Pero si en estos momentos pudiera estar frente a Dios no le pediría nada material, ni la paz del mundo y el elixir de la juventud eterna.

Yo le pediría el perdón. Para aliviar todo el rencor, odio y rabia que siento en estos momentos. El perdón me significa la resignación, la resignificación y la paz. Bien lo decía Buda, las cosas de humanos son volátiles, superficiales y mundanas, y lo único que provocan es sufrimiento.

Dice Fito Paez que “la sabiduría llega nunca menos nos sirve para nada y no se puede evitar”, y estoy de acuerdo con él. Cuando yo hago una pausa en el camino y veo hacia atrás, me doy cuenta que perdí mucho tiempo y muchas oportunidades enganchada en absurdos miedos y dolores, y cuando reviro no hago más que lamentarme por ello.

Hoy no quiero que suceda así. No soy la mujer más bondadosa del mundo, pero gracias al yugo de las monjas, sé que no es bueno odiar al prójimo y desearle el mal. Y gracias a los consejos de las esotéricas, también sé que toda la mala vibra se regresa. Y por si las dudas, está vez quiero permanecer ecuánime y tranquila.

Como dice un amigo, no se necesita ser demasiado inteligente para saber que hacer, si te estás ahogando en un vaso de agua solo saca la nariz porque no te cabe más, jajaja. Y como dice Walter Rizo, un poco de humildad y tomar distancia son los antídotos perfectos para una pérdida.

Y sinceramente este tema me empieza a dar flojera… me hago responsable por todos los platos rotos, pero no me voy a condenar al purgatorio por ello. Sé quien soy, sé que quiero y creo que no necesito más.

Después de todo, soy razonable.

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