lunes, 5 de junio de 2006

El huequito

-This place looks like a London, it’s rains every day – Lo dije entre dientes y con pocos bríos, esa fue la primera frase. Odio los días lluviosos, el gris monótono que los pinta me ponen melancólica y el agua me complica la vida.

Sin embargo al levantarme en automático de la cama percibí un malestar ajeno al clima, por un momento pensé en estar enferma pero físicamente no percibí ningún dolor, me senté al filo de la cama y me calmé, volví a concentrarme para identificar el origen del malestar y de nuevo no lo encontré, solo pude encerrar aquella sensación en la siguiente frase –siento como un huequito-

Me aliste para empezar la rutina del día y concluí que ese huequito se debía a que la noche anterior no había cenado y quizás era hambre. Para aliviarlo me fui a desayunar a la calle -unos tacos de barbacoa son la solución a los agujeros en el estomago- pensé, comí y seguí mi camino. Estaba saciada pero el huequito seguía conmigo y recordé que podía ser gastritis, como cuando creí que me iba a dar un ataque al corazón y eran ácidos concentrados en mi caja toráxica, ante ese problema no me quedaba más que ir a la farmacia y comprar medicamento.

Dos horas después el mentado huequito no dejaba de dar lata, comenzaba a desesperarme porque no se debía a falta de sueño, hambre, ácidos gastrointestinales o estrés; detuve la lista de posibles razones cuando a través de la ventana del autobús mire a la tristeza reflejada en la cara de un niño que temblaba de frió y vendía tímidamente chicles y advertí la posibilidad de que pudiera ser tristeza o depresión, sino había una necesidad física que satisfacer quizás era del tipo emocional.

-Cualquier tristeza en compañía de los buenos amigos desaparece- me dije y tomé la decisión de seguir de largo el camino hasta llegar con los míos. Me esforcé por reírme de las anécdotas refritas, los motes por los cuales nos llamábamos y hasta me puse a contar chistes y fue imposible. Decidí arreglarlo con alcohol, si era una pena quizás así saldría tarde o temprano. Una, dos, tres, cuatro, cinco cubas y nada, no había lagrimas ni carcajadas, solo el mentado huequito que ahora sentía que se movía elípticamente.

Tome un baño, comí y dormí por un rato porque soñé con el huequito. Fue una pesadilla terrible porque el sentimiento se triplico y sentía que me invadía a tal grado de ahogarme y convulsionarme. Razone y decidí atiborrarme la mente con ideas, a lo mejor y preocuparme por otras cosas me haría sentir mejor. Abrí un libro, vi una película, me puse a hacer cuentas matemáticas, dibujar, escribir, recoger mi recamara, ordenar mis discos, lavar la ropa, leer el periódico y seguía inquieta, comencé a desesperarme y grite, me fui contra la pared hasta que me lastime los nudillos y ni aun así el huequito desapareció.

Mire el reloj y leí las cinco de la mañana, casi veinticuatro horas sumida en esta angustia, decidí darme por vencida y entregarme completa al huequito aunque me costara la locura, evadirlo no me había servido de mucho. Me levante del suelo y fui a buscar un cigarro.

Urge dentro de los cajones, de vez en cuando escondo uno para situaciones urgentes como esta. Encontré un huérfano entre mil papeles y lo prendí, al momento de regresar lo que saque se me cayó de las manos una fotografía. La levante enfadada pero al mirarla encontré la respuesta.

Los huecos suelen producirse cuando un objeto se cambia de lugar y deja esa sensación de vacío. Como cuando recorremos un sillón de lugar, queda un hueco. Tomamos un libro del estante, queda un hueco. Nos comemos una galleta del empaque, queda un hueco.

Y ese huequito que siento es porque me hace falta algo y en esa foto lo reconocí. Me hace falta él y debo de reconocerlo aunque no quiera. No se trata de extrañar sino de necesitar, logró acomodarse en mi vida y ahora que no está me quedo ese espacio donde solo cabe él.

Entonces el huequito y yo nos pusimos a charlar, lo tranquilice cuando comence a hablarle del pasado, a contarle nuestra historia. Ese huequito se que seguira creciendo pero estoy segura que aprendere a vivir con él.

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