sábado, 4 de febrero de 2006

El encuentro con la Lola parte I

Fue ahí donde la encontré. Debo confesar que estaba preocupada por ausencia a pesar que mis actitudes de indeferencia hacia ella se habían hecho más frecuentes que los momentos de largas pláticas amenas y profundas.

Estaba sentada en la última mesa de un oscuro bar arrabalero que está por la avenida principal de esta caótica y pobre ciudad. Con la vista hacia la nada, bebía lentamente una botella de mezcal y escuchaba atenta a la música que reproducía una rockola que por cinco pesos, tocaba el repertorio de aquellas canciones que siempre decían mejor que ella lo que sentía y por lo que sufría.

Llegue temerosa por tenerla que ver a los ojos y mirar en ellos el reproche de abandono, al que mi conciencia acribillaba como martillo a clavo sin parar. Ni siquiera volteó a verme con sus ojos rojos, hinchado y coloreados del negro de su rimel, jaló una silla y me pidió que me sentara, inmediatamente me sirvió un trago de mezcal -tómatelo, para que estemos a tono- fue lo primero que me dijo.

- ¿A que te sabe?- no supe que responder, porque si estaba ahí no era para exponerle mis opiniones, sino para escucharla, así que me quedé callada. La ausencia de respuesta la molestó y el rojo de sus mejillas por el coraje la animo para encararme el hecho y después en automático, el problema ya no era yo sino todos sus problemas.

A pesar de su inteligencia nunca supo dominar a sus pasiones. La acuarela de su discurso estaba llena de colores como de emociones; odio, pasión, ira, coraje, enfado, frustración. Sus palabras me hipnotizaban porque no contaba la historia de falta y errores de una sola mujer, sino de la que también tenia enfrente. Por eso la odiaba y sin embargo no podía dejar de quererla …

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