lunes, 22 de febrero de 2010

La Fuga

No era una criatura de la noche, ni vampira y ni prostituta, sin embargo esa noche no pudo resistir dejarse envenenar por la densa negrura que envolvía a la ciudad. Se sentó a la orilla de la cama y se quedó de frente sobre la pared. Su cuerpo no se distinguía entre la oscuridad pero su mente esa vez funcionaba como un espejo y al cerrar los ojos se contempló con las palmas enrojecidas sobre las rodillas y los ojos inyectados de sangre. Supo que tenía que escapar. Apretó los dientes, se tomó de la orilla de la cama, frunció los ojos y con la mirada dibujó una ventana sobre el muro que rozaba con la nariz.

Una fuerza extraña la levantó de la cama y la estrelló contra la pared. De pronto sus pies sintieron el suelo más frio y una brisa solitaria le despeino los cabellos. Se repuso de un repentino mareo y se dio cuenta que en verdad había cruzado la pared. Ya era libre. Caminó a toda prisa y no regresó la mirada hacia atrás, le aterraba volver. Para sentirse segura decidió seguir el camino de los faroles hasta encontrarse con la luz del sol.

Sonrió como los ángeles le sonríen a Satanás cuando han traicionado a Dios. La sangre aún caliente destilaba por sus manos guardadas en las bolsas traseras de su pantalón. Ella lo asesinó pero el destino se lo perdonaba. El olvido ya hará lo suyo.

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