jueves, 16 de abril de 2009

Interpretación

El peligroso desastre se aproxima al hombre que vive en la casa con las cercas blancas.
¿Quién se salvara? ¿Ella o él?

Pero así es el destino, se trata de apostar. Solo necesitas una noche, un encuentro, una confensión y todo vuelve a cambiar.

De nuevo ella siente que se equivoca, pero no hay tiempo para mirar hacia atrás. El tiempo corre, corre, corre... y si los anhelos no van a su ritmo, ella corre el peligro de volverse a estancar y de otra vez perder el juego. Y más vale perder doscientas partidas a lamentarse por el fracaso de la primera. Dicen que ella jamás dice adiós, dicen que no puede olvidar. Jamás cumple las promesas, y le cuesta trabajo hacer lo correcto.

Él no la siente, ni siquiera la ve. Supone que la imagina aunque realmente la sueña. La construye con las palabras que ella dice, pero ignora sus silencios, esas pausas que dicen más que sus poses y frases hechas. No sabe cuando ella calla, no sabe cuanto ella miente. Y quizás le guste perderse en esos ojos que le huyen, o en esa voz falsa, o en esa risa fúnebre. Pero también él que cree igual que ella, que la compañia mutua los puede redimir.

¿Cuál será su destino? ¿Ella lo salva, o él a ella? O pasará como siempre, que los dos se hunden. Está vez no hay respuesta, el lienzo del cuadro llego a su fin. No lo sé.

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