viernes, 8 de diciembre de 2006

Lugar común.

  • Primera parte.

1
Cerró el libro. Miro el reloj y se percató que estuvo leyendo por más de tres horas, se preguntaba si era libro quién la atrapaba o era porque no quería volver del viaje literario y enfrentar los compromisos. Se le hizo tarde como de costumbre, el tiempo no le era suficiente para tomar un baño y vestirse de manera presentable para los demás.

Mientras se miraba al espejo, indagaba sobre la cuestión de ser un personaje literario. Pensaba sobre la comodidad de que alguien le dictara cómo ser, qué decir, resolverle los conflictos y tener la certeza de tener un final feliz. Lo creía una idea tan seductora que fue a su pequeño estudio a buscar un personaje a quien imitar, comenzaba a leer rigurosamente los veinte títulos para elegir la mejor trama que vivir. Estaba en la cuestión cuando sonó su celular. Era la voz terrífica, subida a un punto de saturación extrema de su mejor amigo , le reclamaba su impuntualidad. Dio una excusa poco creíble, colgó el teléfono y salio corriendo con el pelo mojado.

2
¡Maldición otra vez tarde! Creo que lo más rudo de la impuntualidad es inventar mentiras que parezcan verdad al decirlas, poner cara de perrito lastimoso y pedir tantas veces perdón como sea necesario, para que cambien esa mueca de aquí huele a caca ¡Carajo! Algún día se me van a acabar los pretextos y tendré que responder con la verdad – queridos amigos llegue tarde porque no me importan sus reuniones tan estupidas, ¿Cuál es la importancia de discutir sobre la cotidianeidad de sus vidas cuando no tengo resueltos mis principios existenciales?- Pero que les importa, mientras traguen, beban y cojan, la vida para ustedes se asemeja a un idílico paraíso que no vale la pena cuestionar. ¡Si yo fuera así de básica! Creo que perdería menos neuronas preguntándome por qué mi alma ligera está enfrascada en este cuerpo pesado. ¡Vaya que estoy loca, por eso nadie me aguanta!

3.
Salió del tren casi corriendo, ante aquella marejada de gente apretujada no le importaba empujar a quien se le pusiera enfrente. Odiaba la ciudad, odiaba a las multitudes y sufría de claustrofobia. Agitada por trepar corriendo 60 escalones asomó la cabeza fuera del túnel para leer el nombre de la calle, no podía creerlo, se paró frente a la señal con ganas de cambiar el Franciso I. Madero por el Miguel Hidalgo y Costilla. Así como existen 100 años de diferencia entre la Revolución y la Independencia, así se encontraban de lejos sus amigos en el Bar, se había pasado la estación. Miro el celular, dos horas retrasada, no tenia caso volver. Encontró una cafetería media vacía, entró, pidió un vino tinto, saco un cigarro y de nuevo se interno en ella misma.

4.
¿Será un suicidio pasivo esto que cometo al inhalar el humo y recorrerlo por mi garganta, la traquea y los pulmones? ¿Será que me entierro en vida al esconderme de la gente y evadir mi vida? ¿Por qué mejor no pienso en la muerte? ¡Qué bárbara! Yo que me cuido tanto de no caer en los clichés y no hago más que repetirlos. La muerte es el lugar más común que conozco. La vida es un accidente, solo la muerte es una certeza. No sabemos quien va a nacer, pero si sabemos que va a morir. ¿Y la existencia? Jodida existencia. ¡Pinche Sartre! No tuvo caso leerte, no encontré soluciones, sólo más preguntas. ¿Acaso tu intelecto filosófico te dio para encontrar la felicidad? ¿Por lo menos un jodido sentido de vida ante el vació existencial que tanto promueve el tal Victor –E-.- F-r-a-n-k-l? Me estoy agotando. Me encantaría que el cerebro parara por un instante y me diera el placer de quedarse en blanco por un segundo.

5.
Le pareció una autómata aquella mujer sentada junto al cristal de la cafetería, despeinada por la humedad del lugar, con la mirada fija en la copa de tinto y el constante inhalar - exhalar el cigarro. Se acercó a obsérvala, se puso por fuera del local y ella no se percató de su obvia presencia. Le pareció una chica con poca gracia, pero ese aire de inferencia lo provocaba de una manera terrible. Tenia ganas de adivinarle la historia, sino crearle alguna, por eso entró a la cafetería y se sentó frente a ella. Sofía levantó la mirada y saltó de un susto. El joven de unos treinta y pico, con barba en forma de candado, entradas en la cabeza, ojos miel y labios gruesos le dijo – No sé asuste por favor, me llamó Eduardo, soy escritor, ¿puedo acompañarla a tomar una copa?-

Continuará….

1 comentario:

  1. creo que tu pasion de escribir tiene que ser un poco mas INTIMA...hehe

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