sábado, 23 de mayo de 2009

Desnuda para Diego

La burocracia del gobierno mexicano es una estupidez. Bueno, nunca he conocido una burocracia inteligente. Y aún así fue la razón por la que tomé el bolso negro y me perdí entre caminos poco conocidos y llegue a una ciudad colorida con rosas, azules y amarillos pasteles; arribé en Guanajuato.

Definitivamente se aprende a estar sola. Comer sola, hablar sola, dormir sola, viajar sola, bailar sola, etc. La soledad llega a convertirse en un estilo de vida, pero a veces se disfruta estar sola. Y una de esos momentos es recorrer sin mapa, sin planes y sin horarios una ciudad extraña.

Guanajuato es de esos lugares que no caben dentro de mi estructurada mentalidad. Me causan sorpresa las construcciones, en las que tienes que subir incontables escalones sin mencionar sus túneles obscuros casi laberintos en los que transitan automóviles y personas. Aún me impresiona la postal de una cúpula de iglesia rodeada de casas de colores, sus callejones claustrofóbicos, los camiones de la era antigua y la gente sentada tranquilamente en las innumerables bancas que existen en la ciudad.

Guanajuato es una ciudad que me hace la perfecta candidata al síndrome de Sthedal, aquel que se provoca cuando un individuo es expuesto a una sobredosis de belleza artística. Para mí, es una ciudad compleja, hermosa, pero de la cual siempre quiero salir huyendo.

Como viajera sin ruta, comencé a caminar y caminar, guiándome por las señaletica de la ciudad. Llegué hasta la calle Pocitos, a la casa marcada con el número 87, para ser más precisa, a la Casa de infancia de Diego Rivera.

El recinto, ahora museo, me recibió con un silencio pronunciado, como aquellos que únicamente se les tiene a las cosas que se les guardan respeto. Y entré dispuesta a descubrir que guardaba aquella casa para mí. En el primer piso me encontré con una exposición de decoración de casas mexicanas en la época antigua. En el segundo piso, me deje llevar por los bocetos, las pinturas, y el espíritu revolucionario de Diego. En el cuarto, con las ilustraciones que hizo para un libro nunca editado del Popol Vuh. Pero lo más impresionante para mí fueron sus litografías de desnudos.

Estaban ahí, la Kahlo y otras mujeres encueraditas en pedazos de papel amarillentos. Y al recorrer esos dibujos me recorrió una sensación desde el centro del cuerpo hacia la cabeza. Los desnudos nunca habían sido tema clave para mis sensaciones, creo que esto es nuevo, surgió desde que leo la historia de Camille Claudel, la escultora francesa. He encontrado escenas que hacen fantasear a mi mente solitaria. Una obra, un desnudo, la musa que se entrega apasionadamente a su maestro, y como resultado L´ Aurore de Rondín, inspirado en sus momentos íntimos con Camille.

Quizá de ahí nazca mi morbo. ¿Qué se sentirá permanecer desnuda ante los ojos de un artista ausentes que trazan cada línea de tu cuerpo? Él te mira, y te admira. Y plasma la belleza de la anatomía femenina. Lejos de la lujuria y de las nuevas tendencias de las figuras perfectas creo que en las obras artísticas se encuentra la esencia del cuerpo.

El cuerpo como la estructura que soporta al espíritu más allá de su forma, porque creo que también condiciona al espíritu y la persona. El cuerpo como la herramienta para crear, moverse, vivir. El cuerpo como el receptor de las emociones externas. Y el cuerpo, como medio, para amar a los prójimos.

Confieso que no hay nada más placentero para mí que descubrir un cuerpo tan parecido y a la misma vez disímil al mío, el cuerpo masculino. Con sus diferentes texturas y formas. Todo cuerpo es una aventura que comienza en la cabeza y termina en los pies. Y te dice tanto del otro, te cuenta sus secretos.

Y ahí estaban, los secretos expuestos de esas mujeres. La Frida con los ojos cerrados, sentada al borde de la cama, con medias y zapatos únicamente. Desnudos con trazos cubistas, desnudos con siluetas surrealistas, bocetos de desnudos. Y yo deseando quitarme la ropa para posar desnuda para Diego. Quizá sea por esa curiosidad vanidosa de querer verme a través de otros ojos sin descartar la idea erótica de posar para un artista.

Por suerte aquel momento fue interrumpido por unos adolescentes que subían y bajan el museo. Tomé las escaleras y bajé. Salí rápidamente de la finca Pocitos 87, con la firme intención de desnudar a aquella ciudad tan peculiar con mis ojos, mi nariz, oídos, y mi corazón.

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